Libro II del "Policraticus"
Libro II:
Las primeras
ideas del libro segundo se refieren a los presagios, de los que “no se puede
rechazar nada que provenga de la fe”[1]
puesto nada sucede en vano y todo es causado por Dios.
Concibe los
signos como disposiciones divinas que instruyen al hombre, sin embargo sus
malinterpretaciones incurren en error que confunde al hombre, “burlas del demonio[2]”.
Los prodigios naturales, particulares y universales tienen en común sus
respectivos orígenes. Dios. Remitiéndose a la historia del pueblo judío,
elabora relatos sobre estos presagios divinos. También alude a Platón exponiendo
que la naturaleza es fruto de la voluntad divina, puesto que la bondad es el
fin de todo, que en ocasiones trasciende a nuestro entendimiento.
Al hablar de los
sueños y los signos, no niega que éstos últimos deban ser desestimados ya que mayoritariamente
muestran esta voluntad divina; pero pueden ser confundidos. A continuación
tratará en los siguientes capítulos sobre las clases, causas, figuras y
significados de los sueños. Condena la adivinación; no es arte, ciega nuestros
ojos, y “aquél que liga sus creencias a los significados de los sueños se
desvía de la fe y la razón”.[3]
Aborda el tema
de la astrología, una disciplina liberal, que requiere de la filosofía y del
instrumento del entendimiento para elaborar un juicio verdadero. A través de
ella se alcanzan los universales. Defiende la astronomía siempre y cuando no
sobrepase los límites de la moderación y se convierta en frivolidad a causa de
la soberbia humana, que nos aleja del conocimiento verdadero. Vuelve a criticar
actividades relacionadas con la especulación y la brujería: los nigromantes,
adivinos, magos y pitonisos. El último
capítulo que cierra este segundo libro habla sobre la medicina teórica y la
práctica, la cual es lícita siempre que no perjudique ni ataque a la fe o a la razón.
Comentarios
Publicar un comentario